«Había muchos hombres y mujeres en Umuofia que no lamentaban tanto como Okonkwo la nueva situación. El blanco había llevado realmente una religión de locos, pero también había instalado una factoría, y el aceite de palma y el maíz se convirtieron por primera vez en artículos de gran valor y afluyó a Umuofia mucho dinero».
Chinua Achebe. Todo se desmorona, 1958
Seguimos pensando que la «mejora» o la «salvación» de la Atención Primaria (AP) es una cuestión meramente técnica, organizativa o de voluntarismo moral. Pero podemos hacer todos los informes, planes o declaraciones solemnes que se quieran; ninguno irá al corazón del problema. Porque este está en la Política con mayúsculas, en el modelo de sociedad que queremos construir y en el lugar que ocupan los derechos y libertades de las personas en ese modelo. Según sea este, surgirá un concepto u otro de «salud», un tipo de organización sanitaria y, claro está, un tipo u otro de AP. No se puede separar el modelo sanitario del modelo educativo, del modelo laboral, del modelo de participación política… Pensar que podemos aislar «lo sanitario» en una burbuja aséptica y corporativa, como una máquina que solo se alimenta de pura ciencia, es vivir en Matrix, fuera de la realidad. La sanidad es un trasunto de la política; siempre lo ha sido. Si tenemos el coraje de mirar de frente esta cuestión, surgen entonces dos dificultades clave.
La primera es que del sistema-mundo del capitalismo triunfante se deriva un modelo sanitario que convierte la salud en una mercancía más, que se compra y se vende como cualquier otra1. La salud no es un derecho, es un bien de consumo, como lo es la vivienda. Por tanto, es el mercado el que la regula. La función del Estado ordoliberala es garantizar el funcionamiento correcto de ese producto en el mercado libre. Y en nuestras sociedades opulentas con ansias de inmortalidad, la salud se ha convertido en un producto altamente valorado y consumido; algo especialmente perceptible en esta pospandemia. Además, a diferencia de otros bienes, como la vivienda o la comida, la salud es un bien de consumo sin techo, como el armamento: siempre puedes conseguir que la gente quiera más, salvo que cometas el error de «curar demasiado», como le pasó al laboratorio Gilead que comerció el sofosbuvir (Sovaldi®)2. Ya sabes: no mates nunca la gallina de los huevos de oro. Los fabricantes de las vacunas en la COVID-19 lo han aprendido bien.
Este es el gran problema de la AP clásica: que en realidad nació (Alma Ata, 1978) cuando ya agonizaban las bases ideológicas que la sustentaban. Estas eran las de la socialdemocracia que inspiró el desarrollo del estado de bienestar en los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial. Murieron en manos de Ronald Reagan (1981-1989) y, especialmente, de Margaret Thatcher (1979-1990). Así, la ola neoconservadora y neoliberal que ha arrasado el planeta desde los años ochenta, amplificada por la caída del muro de Berlín en 1989, ha convertido a esta AP clásica en algo totalmente contracultural. Es un producto deforme y anticuado, cuyo discurso desmedicalizador, preventivista, comunitario y vertebrado por la idea de los determinantes sociales, atenta contra la gallina de los huevos de oro de la creación infinita de enfermedades y de medicamentos y tecnologías que las «resolverán»…, pagando, claro. Esa AP no crea negocio, lo destruye. Por tanto, no encaja en la «nueva normalidad» de la hegemonía de las mercancías, que se refleja mejor en el triunfo de la medicina del Dr. Knock3. Hace pocos meses se publicaba un artículo que demostraba que la longitudinalidad derivada de la estabilidad de las médicas de familia en su atención a una población, ese atributo clave de la AP clásica que tanto defendió Barbara Starfield, disminuye las visitas a urgencias, los ingresos hospitalarios y la mortalidad4. Celebrado por muchos como una «victoria», habrá que tener cuidado con él, pues muestra que la AP clásica es realmente efectiva, peligrosa para el nuevo modelo de negocio que se propone.
Y ahora viene la segunda dificultad. Los profesionales de la AP son ciudadanos del mundo. No son, a priori, inmunes al discurso que construye el sistema-mundo y que se difunde por todos los altavoces, desde los medios de comunicación y las redes sociales hasta los púlpitos de las facultades de medicina. Ese discurso impulsa la anomia, la pasividad y el individualismo, alienta la idea de que el modelo consumista y privatizador de la salud es el único, el mejor, el «justo» –que cada uno se pague lo suyo–. En un sistema sanitario público asfixiado por el deliberado estrangulamiento presupuestario y la precariedad laboral, triunfa entre los profesionales la idea del copago universal y la derivación a la privada para «desatascar» el sistema. Se logra así un colectivo profesional –incluyendo a las organizaciones que lo aglutinan– acrítico, conservador y refugiado en la «pura ciencia», entregado al mercado.
Por tanto, aquellos que quieran defender la AP originaria y salir de la melancolía deberán asumir dos axiomas. Primero, que solo uniéndose a la lucha política frontal contra el modelo político, económico, social y cultural vigente se podrá impedir que la AP devenga una mera cinta transportadora de mercancías sanitarias. Reivindicar una AP crítica exige pelear también por una educación pública de calidad, unas pensiones dignas, una vivienda accesible, unas protecciones sociales amplias. Esa AP militante solo puede ser antirracista, ecologista y feminista. Esa AP debe abogar por traer todas esas convicciones y miradas al interior de las consultas y, al mismo tiempo, por llevarlas al mundo de las plazas y domicilios donde se despliega la vida real de la gente, la vida y muerte de nuestros pacientes.
El segundo axioma es ser conscientes de que el caballo de Troya ya está dentro. Esto exige, a quienes no deseen rendirse, trabajar mucho hacia el interior de la AP y focalizar muchos esfuerzos en las nuevas generaciones de residentes. No puede ser que una residente de Medicina de Familia no sepa quiénes han sido Barbara Starfield, Julian Tudor Hart, Petr Skrabanek o Paul Farmer, ni quienes son Iona Heath, Michael Marmot, Richard Wilkinson o Kate Pickett, ni pueden no haber leído nunca a Juan Simó, Juan Gérvas o Sergio Minué. Nuestras residentes son el futuro. Debemos fidelizarlas para evitar una «gran desbandada». Además, ellos y ellas van a tener pronto que acceder a las juntas directivas de las sociedades «científicas», los colegios profesionales o las consejerías de salud. Necesitamos que, cuando lleguen allí, estén vacunadas contra el adocenamiento que propaga el modelo mercantilista de la salud. Necesitamos, sí, que sepan hacer dermatoscopia y ecografía, cuidados paliativos y eutanasias, seguimiento de embarazos, diabéticos y atención domiciliaria. Pero también que participen activamente en las actividades comunitarias del barrio, en las plataformas de defensa de personas migrantes y en las luchas sindicales para defender la AP o las pensiones. El modelo profesional que necesitamos es ese. La «ciencia» es condición necesaria, pero no suficiente. Hace falta, además, «conciencia». Por eso hay que hacer, con ellos y ellas, pedagogía de la resistencia.
En Todo se desmorona, el escritor igbo-nigeriano Chinua Achebe cuenta cómo la llegada de los misioneros blancos a los pueblos de Umuofia altera poco a poco y, finalmente, destruye, la secular y estable sociedad igbo5. Ahora que parece que en la AP «todo se desmorona» por la llegada de los misioneros de la mercantilización de la salud, tenemos que evitar acabar en la misma fatídica desesperación en que termina Okonkwo, el protagonista de la novela de Achebe. Necesitamos resistir rearmándonos de política y pedagogía.
a Ordoliberalismo: a diferencia del neoliberalismo, que propugna la reducción del Estado al mínimo, el ordoliberalismo defiende Estados fuertes, cuya principal misión es proteger la libertad de funcionamiento del mercado y corregir sus «fallos». Los países europeos son, básicamente, ordoliberales. El ejemplo paradigmático es Alemania.
Luis Andres 04-10-23
Muchas gracias Pablo por tu estupenda reflexión. No podemos separar el sistema sanitario de la sociedad en la que está insertado y por eso para construir un sistema sanitario, una atención primaria realmente biopsicosocial, contextualizada y centrada en el paciente debemos colaborar en construir una sociedad que se centre en el bien común, en los cuidados...
Guillermo 27-07-22
Discrepo del planteamiento que se hace del problema, se enfoca demasiado en una "lucha de bandos" político-económica. La concepción de salud ha cambiado porque la sociedad ha cambiado, las nuevas generaciones necesitan otros estímulos en medio de una sociedad de consumo. Invocar a viejos ideales no hace más que generar mayor rechazo y perder crédito delante nuestros compañeros y pacientes. Mensajes como "Esa AP militante solo puede ser antirracista, ecologista y feminista" está muy alejada de los que somos y queremos ser los residentes de AP.
Carmen 06-07-22
Gracias Pablo, no estoy muy segura de poder resistir.
Miguel 29-06-22
Muchas gracias Pablo por remover nuestra conciencia, hacernos replantear los postulados intocables de la ciencia e invocar al coraje y la resistencia. Nos ayudas a comprender el mundo.
Carlos 28-06-22
Gacias Pablo, por este artículo. Pantea desde una perspectiva que no suele ser habitual, un análsis de las razones (o algunas de ellas) por las cuales hemos llegado a esta situación. Es cierto que a la vez, siendo así, deja en evidencia la dificultad de recuperar o salir de esta situación. Precisa un nivel de compromiso, complicidad y dedicación activa que más que estimular al "recién llegado o por llegar", puede llegar a desanimarlo. Es la sensación que tenemos algunos que ya "vamos saliendo" y que tras tantos años desde la reforma todavía tenemos que seguir explicando la importancia de la atención primaria. Puede llegar a precer que la AP no necesita médicos de familia, sino héroes... o quijotes. Gracias
M Luisa 28-06-22
Fenomenal defender a la mujer (lo soy), pero no seamos igual de sectarios que antaño, los hombres existen y las mujeres también, con sus semejanzas y diferencias, somos todos humanos (y en este caso. médicos) y no hay que defender ni nombrar más a unos que a otros. Equidad.